Si pasamos delante de una tienda
de ropa queremos comprarnos ese pantalón que no tenemos o esa camisa que nos
encanta. Podemos no tener sed, pero nos tomamos un café si hacemos un descanso
en el trabajo.
La rutina de quienes vivimos en
los países desarrollados está llena de hábitos que nos llevan a gastar dinero
en cosas que no siempre necesitamos. Nos cuesta privarnos de “pequeños
placeres” que consideramos partes necesarias en nuestras vidas y nos es difícil
entender que pueda haber gente que no se dé esos caprichos.
Ahora todos tenemos ordenador,
móvil, cesta de la compra… Todo lo que conseguimos es exclusivamente nuestro.
Cuando eran pequeños, mis padres
se reunían con los demás vecinos de su edad e iban a ver la tele a la única
casa que tenía una. Mis ocho tíos se repartían el par de bicis que había para
todos y dormían cuatro en cada habitación.
Lo que antes se entendía como lo
“normal” ahora se ve como un retroceso, como la incapacidad de tener cada
persona su espacio y su propiedad. Estamos contentos y contentas porque hemos
evolucionado y tenemos más capacidad adquisitiva para poder tener en
exclusiva lo que queramos.
Sin embargo hay que destacar
algo que parece obvio pero que se nos olvida a veces: para poder vivir de la
forma en que ahora se considera “bien” es necesario tener una economía estable
y que nos permita darnos todos nuestros caprichos. Es decir: necesitamos
dinero para estar integrados en esta sociedad del Bienestar.
Las personas que no tienen
medios económicos no están integradas. Si no tengo dinero para
tomarme un café, para llevar ropa bonita o para salir de fiesta, no soy parte
visible de la sociedad. A esto se suma el hecho de que hay cada vez menos
espacios vecinales, como los que había antes, donde una persona pueda
relacionarse con los demás aún teniendo poco. Mientras antes era frecuente
quedar en parques, casas o zonas comunes, ahora los lugares de encuentro son
generalmente virtuales (móviles, redes sociales…) que dejan a la gente que no
tiene acceso a ellos fuera.
Cada
vez somos más individualistas, lo que supone que no vemos qué sucede a nuestro
alrededor y no somos capaces de empatizar con quien tiene menos, o nada. Esto
nos lleva a no preocuparnos por la situación del resto y a no ayudar a quien
pueda necesitarlo, además de no protestar por que haya gente que no recibe las
ayudas que, por ley y por derecho, debería recibir.
Todos
y todas queremos vivir bien y no sobrevivir, pero no puede ser a costa de otras
personas, sino partiendo de que todos y cada uno de los ciudadanos y ciudadanas
tienen que tener una base que cubra sus derechos, como son vivienda, educación,
sanidad… Las diferencias tan abismales que existen entre sectores de la
sociedad no hacen sino empobrecer aún más al pobre y alejarlo de la sociedad,
impidiendo que pueda reinsertarse en ella. Ser más conscientes de lo que existe
a nuestro alrededor (saludar a los vecinos y vecinas, ayudar a compañeros y
compañeras de trabajo cuando podamos, comprar en los pequeños comercios en lugar
de las grandes superficies…) ayuda a crear un espacio común más sano en el que
cualquier persona tenga más facilidad para entrar.
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