sábado, 6 de octubre de 2012

La integración se paga


Si pasamos delante de una tienda de ropa queremos comprarnos ese pantalón que no tenemos o esa camisa que nos encanta. Podemos no tener sed, pero nos tomamos un café si hacemos un descanso en el trabajo.
La rutina de quienes vivimos en los países desarrollados está llena de hábitos que nos llevan a gastar dinero en cosas que no siempre necesitamos. Nos cuesta privarnos de “pequeños placeres” que consideramos partes necesarias en nuestras vidas y nos es difícil entender que pueda haber gente que no se dé esos caprichos.
Ahora todos tenemos ordenador, móvil, cesta de la compra… Todo lo que conseguimos es exclusivamente nuestro.

Cuando eran pequeños, mis padres se reunían con los demás vecinos de su edad e iban a ver la tele a la única casa que tenía una. Mis ocho tíos se repartían el par de bicis que había para todos y dormían cuatro en cada habitación.
Lo que antes se entendía como lo “normal” ahora se ve como un retroceso, como la incapacidad de tener cada persona su espacio y su propiedad. Estamos contentos y contentas porque hemos evolucionado y tenemos más capacidad adquisitiva para poder tener en exclusiva lo que queramos.

Sin embargo hay que destacar algo que parece obvio pero que se nos olvida a veces: para poder vivir de la forma en que ahora se considera “bien” es necesario tener una economía estable y que nos permita darnos todos nuestros caprichos. Es decir: necesitamos dinero para estar integrados en esta sociedad del Bienestar.

Las personas que no tienen medios económicos no están integradas. Si no tengo dinero para tomarme un café, para llevar ropa bonita o para salir de fiesta, no soy parte visible de la sociedad. A esto se suma el hecho de que hay cada vez menos espacios vecinales, como los que había antes, donde una persona pueda relacionarse con los demás aún teniendo poco. Mientras antes era frecuente quedar en parques, casas o zonas comunes, ahora los lugares de encuentro son generalmente virtuales (móviles, redes sociales…) que dejan a la gente que no tiene acceso a ellos fuera.

Cada vez somos más individualistas, lo que supone que no vemos qué sucede a nuestro alrededor y no somos capaces de empatizar con quien tiene menos, o nada. Esto nos lleva a no preocuparnos por la situación del resto y a no ayudar a quien pueda necesitarlo, además de no protestar por que haya gente que no recibe las ayudas que, por ley y por derecho, debería recibir.

Todos y todas queremos vivir bien y no sobrevivir, pero no puede ser a costa de otras personas, sino partiendo de que todos y cada uno de los ciudadanos y ciudadanas tienen que tener una base que cubra sus derechos, como son vivienda, educación, sanidad… Las diferencias tan abismales que existen entre sectores de la sociedad no hacen sino empobrecer aún más al pobre y alejarlo de la sociedad, impidiendo que pueda reinsertarse en ella. Ser más conscientes de lo que existe a nuestro alrededor (saludar a los vecinos y vecinas, ayudar a compañeros y compañeras de trabajo cuando podamos, comprar en los pequeños comercios en lugar de las grandes superficies…) ayuda a crear un espacio común más sano en el que cualquier persona tenga más facilidad para entrar. 

No hay comentarios:

Publicar un comentario