jueves, 24 de mayo de 2012

La vergüenza de lo injusto.


Llevo apenas un año tratando con personas sin hogar. Primero, les dejaba un café y algunas galletas, entablaba una conversación correcta y me iba; después la conversación se ha ido prolongando y, a día de hoy, hay veces que se me olvida ofrecerles café y a ellos pedírmelo. Dejamos el termo a un lado, me siento y hablamos.

Como es normal, no es igual la charla ni el tiempo que estoy con cada uno de ellos, pero sí hay algo que los une a todos: una situación tan difícil.

No sé cómo reaccionaría si estuviera en su lugar. Creo que no tardaría ni dos noches en empezar a beber, a odiar el mundo y a mirar con bastante recelo a la gente que aparece (como yo) con un par de termos en la mano. Sin embargo, la mayoría de estas personas me reciben con una sonrisa y ganas de hablar. Te cuentan qué jodida es la vida vista desde donde la ven ellos y de cómo hay que sobreponerse todos los días.

Siempre empiezo a pensar en un tema de raíz: sin hogar. No consigo hacerme a la idea de lo que tiene que ser verse sin un sitio donde vivir. Un espacio que te defina, con una puerta que puedas abrir, Un refugio donde meterse después de días malos. Si me apetece estar sola, o tranquila, o a lo mío... me voy a mi casa.
¿Qué pensamos en los días regulares, cuando ya va siendo hora de "recogerse"? Qué ganas de llegar a casa. Todos y todas las que me leáis seguro que lo habéis dicho una vez, por lo menos, en el último mes.

Y después de esos días tan regulares, yo entro en mi piso y le cuento a mi compañera de piso mis idas y venidas, y luego al revés. Y es un ritual que se repite día tras día y que no me cansa. La gente que está en situación de calle se come sus palabras y experiencias, porque a ver a quién se lo cuenta, a ver a quién le importa. Muchas veces ni siquiera pueden elegir con quién duermen.

No puedo ni pensar en cómo sería estar con gente con la que, en otra situación, igual no hubiera decidido compartir nada.
Y luego digo, y estas personas, ¿no han tenido familia nunca? Las habrá que sí y las habrá que no, pero, por lo que yo he vivido, la mayoría está en el primer grupo. Y entonces, ¿qué? Es una pregunta que todavía no consigo responderme, pero voy viendo y escuchando lo que me cuentan, que la familia no se pierde de la noche a la mañana, que resulta un desenganche (llamémoslo así) progresivo.
Me cuesta no sorprenderme cuando una persona me dice que tiene dos hijos y que uno vive dos calles más allá del banco donde suele dormir. Todavía no lo entiendo, pero creo que el proceso por el que se pasa hasta llegar a situación de calle es tan difícil y tan agresivo que la explicación, a veces, no existe.

Y sigo pensando: pierdo la casa, pierdo las compañías que yo he elegido, pierdo a mi familia... Entonces, ¿por qué me daría vergüenza estar en la calle?