sábado, 22 de septiembre de 2012

Violencia estructural: Invisible pero no menos peligrosa


Estamos acostumbrados a identificar conductas violentas en el mundo que nos rodea, pero difícilmente somos conscientes de hasta que punto estamos inmersos en la sociedad de la violencia.

Identificamos aquella que se ejerce de manera directa, que es la que nos muestran continuamente los medios. Pero existe otro tipo de violencia, una invisible, contra la que estamos  desprevenidos. Es la que sufren las personas sin hogar, las familias desahuciadas, millones de parados y trabajadores precarios, inmigrantes..., etc. Fundamentada en normas y prejuicios que hacen que los colectivos vulnerables lo sean aún más.

Esta violencia estructural es indirecta, pero no menos peligrosa. Priva de la satisfacción de necesidades humanas básicas, de la identidad, del bienestar, de la libertad etc.

Casi un año como voluntaria con personas sin hogar me ha hecho ver lo peligrosa que puede llegar a ser este tipo de violencia. La última noche que salí de ruta antes del parón veraniego me chocó la historia de Jessy, quien, tras haber conseguido un trabajo, fue despedida porque su jefa se enteró de que había estado viviendo en la calle. Esa misma noche, se acercó una mujer, vecina de la zona, para decirme literalmente que “no les alimentáramos”, cosa que, por cierto, no estábamos haciendo. A veces de manera intencionada y otras sin darnos cuenta, realizamos este tipo de acciones sobre colectivos que están en riesgo de exclusión social o grupos vulnerables, con comentarios como el de la señora o simplemente obviando sus necesidades. 

Ocurre cada día, delante de nuestros ojos y parece que no nos enteramos. Mientras siga existiendo la violencia estructural será muy difícil que colectivos como el de las personas sin hogar, inmigrantes, y otros grupos sociales estén plenamente integrados en la sociedad.

Instituciones, medios de comunicación, la lengua, la religión, la ciencia etc. legitiman en muchos casos este tipo de acciones. Hacen que percibamos como “normales” situaciones que entrañan violencia. Y no solemos ser conscientes de la coacción que sufren muchas personas. Por eso nos toca a nosotros tomar conciencia y empezar a concienciar. Hacer voluntariado con gente sin hogar es una buena forma.

La violencia estructural es siempre de arriba a abajo, de la élite a la sociedad, de la propia sociedad al individuo, del poder al sometido... y lo que tenemos que tener claro es que no va a desaparecer por sí misma. Todas y cada una de las personas que conformamos esta sociedad debemos no ser partícipes de este tipo de agresiones e intentar buscar una comunidad que se mantenga por relaciones horizontales y que se trate a cada individuo por igual, que se respeten los derechos de toda persona, sea cual sea su situación, su nacionalidad, su orientación sexual etc.

lunes, 10 de septiembre de 2012

Y ahora, qué.


En España, en la atención a las personas sin hogar, hay muchos aspectos en los que se cojea: inserción laboral, atención especializada según necesidades personales, importancia de los aspectos  emocionales y afectivos… ¿Qué papel ha jugado y juegan en todo esto las distintas administraciones pública y, en general, cualquier institución?

Podemos definir con facilidad “persona sin hogar”: alguien sin un techo, con dificultades económicas, marginado de la sociedad… Y tópicos como el alcohol o las drogas. En la misma línea, preguntando a cualquier persona por cuáles son los recursos que estas personas tienen a su disposición, pensamos en ONGs o centros religiosos. También pensamos en las administraciones públicas, pero menos. Y tiene sentido, ya que, según varias publicaciones[1], sólo un 16% de la gente sin techo tiene ingresos gracias a la administración pública. Este porcentaje se reduce aún más cuando sabemos que muchos centros públicos están financiados por entidades sociales o privadas.

Pero vayamos más allá: la problemática de esta gente no se reduce sólo a qué ayudas puedan percibir: hay que ir a la raíz. Los servicios sociales están orientados, por definición, a atender a personas en riesgo de exclusión social. Sin embargo, son estas mismas personas quienes más dificultad tienen para acceder a estos servicios

Otro de los grandes problemas reside en que la mayor parte de las ayudas y programas que se facilitan a estas personas son de carácter temporal. Sin embargo, apenas hay proyectos que faciliten el acceso a una vivienda de forma permanente, algo imprescindible en cualquier proceso de integración social. Con suerte, una persona puede acceder a una plaza estable en un albergue. Con los albergues el problema no está resuelto. Además, aunque existen organizaciones que buscan que la gente sin hogar consiga un trabajo, hay muy pocas que se preocupen por cuáles son los potenciales de cada persona y cómo se las puede formar mejor.

Los problemas para desarrollar procesos de inserción se deben, entre otras cosas, a la saturación que tiene la red y a la primera atención de las demandas urgentes Los centros se ven saturados, y muchos usuarios se quedan en la calle por no haber plazas

Ahora, a mayores, contamos con los problemas asociados a la crisis. Si ya en época de bonanza no se promovió una política de empleo para la gente en situación de calle, ahora hay cada vez más gente con menos recursos que terminan acudiendo a la red de atención a personas sin hogar, que se ve colapsada y no recibe ninguna financiación extra del estado. De hecho, con los recortes, la red recibe aún menos que antes

Según un informe del 2010, en este año apenas un 67% de las personas sin hogar disponía de una tarjeta sanitaria que le permitiera ir al médico[2]. Ahora con los recortes, nadie que no tenga una situación administrativa regular podrá acceder a las atenciones básicas médicas.
Los centros de ayuda, albergues, ONGs o cualquier institución que pueda depender económicamente del estado están viendo su presupuesto recortado, algunas, obligadas a cerrar. Esto supone una pérdida indescriptible para las personas que acudían a cualquiera de los centros.
Más allá de la responsabilidad de las administraciones, la falta de sensibilidad social, supone que las personas sin hogar tengan menos apoyo para ejercer sus derechos básicos. Seguimos estigmatizándolas, asignándoles una serie de etiquetas y despreocupándonos de su situación, lo que supone añadir trabas a un proceso de inserción ya difícil de por sí. El voluntariado social, enfocado hacia la sensibilización y el encuentro, es una buena herramienta para empezar a cambiar las cosas.

Si en época de bonanza la sensibilización sobre la gente en situación de calle era ya escasa, con la crisis lo es aún más. Quienes estén en situación de calle están ahora más solos que nunca. Las personas que más ayuda necesitan son de quienes primero nos olvidamos cuando hay que bajar los gastos.

Creemos que, aún en situación de crisis, deberían financiarse servicios que dieran acceso a cualquier persona a sus derechos básicos: vivienda digna y atención especializada según situación y necesidades en todas las ciudades.



[2] La acción social con las personas sin hogar en la España del siglo XXI. Facultad de Ciencias Humanas y Sociales. Universidad Pontificia de Comillas de Madrid. [Visto en línea] Pág. 27
http://www.noticiaspsh.org/IMG/pdf/file_view.pdf