Estamos acostumbrados a identificar conductas violentas en el mundo que nos rodea, pero difícilmente somos conscientes de hasta que punto estamos inmersos en la sociedad de la violencia.
Identificamos aquella que se ejerce de manera directa, que es la que nos muestran continuamente los medios. Pero existe otro tipo de violencia, una invisible, contra la que estamos desprevenidos. Es la que sufren las personas sin hogar, las familias desahuciadas, millones de parados y trabajadores precarios, inmigrantes..., etc. Fundamentada en normas y prejuicios que hacen que los colectivos vulnerables lo sean aún más.
Esta violencia estructural es indirecta, pero no menos peligrosa. Priva de la satisfacción de necesidades humanas básicas, de la identidad, del bienestar, de la libertad etc.
Casi un año como voluntaria con personas sin hogar me ha hecho ver lo peligrosa que puede llegar a ser este tipo de violencia. La última noche que salí de ruta antes del parón veraniego me chocó la historia de Jessy, quien, tras haber conseguido un trabajo, fue despedida porque su jefa se enteró de que había estado viviendo en la calle. Esa misma noche, se acercó una mujer, vecina de la zona, para decirme literalmente que “no les alimentáramos”, cosa que, por cierto, no estábamos haciendo. A veces de manera intencionada y otras sin darnos cuenta, realizamos este tipo de acciones sobre colectivos que están en riesgo de exclusión social o grupos vulnerables, con comentarios como el de la señora o simplemente obviando sus necesidades.
Ocurre cada día, delante de nuestros ojos y parece que no nos enteramos. Mientras siga existiendo la violencia estructural será muy difícil que colectivos como el de las personas sin hogar, inmigrantes, y otros grupos sociales estén plenamente integrados en la sociedad.
Instituciones, medios de comunicación, la lengua, la religión, la ciencia etc. legitiman en muchos casos este tipo de acciones. Hacen que percibamos como “normales” situaciones que entrañan violencia. Y no solemos ser conscientes de la coacción que sufren muchas personas. Por eso nos toca a nosotros tomar conciencia y empezar a concienciar. Hacer voluntariado con gente sin hogar es una buena forma.
La violencia estructural es siempre de arriba a abajo, de la élite a la sociedad, de la propia sociedad al individuo, del poder al sometido... y lo que tenemos que tener claro es que no va a desaparecer por sí misma. Todas y cada una de las personas que conformamos esta sociedad debemos no ser partícipes de este tipo de agresiones e intentar buscar una comunidad que se mantenga por relaciones horizontales y que se trate a cada individuo por igual, que se respeten los derechos de toda persona, sea cual sea su situación, su nacionalidad, su orientación sexual etc.